Documentación copiada
Joyce y yo nos sentamos codo con codo, analizando cada línea de aquellos registros. “Son todos muy parecidos”, observé. Las frases, el tono: todo parecía resonar de forma idéntica entre los registros. Era como releer el mismo pasaje una y otra vez, copiado hasta la extenuación. “Mira esto”, dijo, señalando dos entradas alineadas una al lado de la otra. “Se copiaron mutuamente las notas”, suspiré profundamente, en una mezcla de desconcierto y frustración ante aquel descubrimiento. Las similitudes eran demasiado precisas, demasiado calculadas.

Documentación de los imitadores
Las lágrimas de Joyce
Mientras Joyce leía las notas copiadas, su rostro se contorsionó y las lágrimas resbalaron lentamente por sus mejillas. “Realmente querían que sufriera”, murmuró, cada palabra sonando como fragmentos de cristal. Su voz era frágil, casi inaudible, como si hablar más alto fuera a destrozar la poca paz a la que se aferraba desesperadamente. Verla en aquel estado de angustia encendió un fuego en mi pecho, reforzando mi determinación de averiguar por qué le habían hecho aquello.

El desgarrador descubrimiento de Joyce